Mis manos temblaban mientras recorría las añosas hojas del libro de registros, buscando el rastro de mi sangre, hasta que apareció la inscripción de mi abuelo, primera generación en Chile, que databa de un siglo atrás. Cada línea era parte de mi historia, imaginé la faz contrita del bisabuelo Pedro, mientras declaraba en voz baja ser analfabeto, y de esa manera dos amigos de recios nombres ibéricos, oficiaron de testigos ante el funcionario del civil.
¡Qué humillante!, pensó Pedro; cómo explicarle a ese hombre paliducho que en las tierras andaluzas de su infancia, no hubo tiempo para libros, la familia necesitaba los brazos fuertes del hijo varón “los hombres hombres y el trigo trigo” decía su madre, y así fue siempre, los chavales dejaban las jugarretas y se iban al campo…a los viñedos de España, y murmurando mentalmente esas palabras, recordaba que su destino estaba señalado, había heredado el oficio de su padre, sería tonelero, tal como lo habían sido todos sus antepasados desde que se tenía memoria…Manuel, Cayetano, Quirico, Fadrique, y cada vez surgían nombres más antiguos, que también doblegaron, mitad paciente mitad tozudo, cada lonja de madera para darle forma al barril que contendría el magnífico vino de Andalucía, y había que hacerlo con respeto, porque ¿acaso no era la sangre del mismísimo Señor Jesucristo?, y mientras el anciano escribía y escribía quién sabe qué cosas en ese libraco, seguía recordando los olores de su tierra, las uvas dulces, las naranjas, el jamón curado por su padre, los cirios de la Misa fúnebre, donde permaneció serio y callado, implorándole a la Virgen del Rocío que le diera fuerzas para cuidar de su madre y hermanas, ya que a los 12 años se convertía en el hombre de la casa “Marecita, po favó ayúdame a sé valiente, tengo que alimentá a mi familia, y mi pare no alcanzó a enseñame too lo que necesito pa sé el mejó tonelero de too Sevilla, pa mostrá con orgullo en la gran ciudá el nombre de mi pueblo, Marecita no te olvides de mí, te lo suplico” Y la Pastora le cumplió, ya que sin saber cómo, iban surgiendo toneles prodigiosos de sus manos y todos se admiraban de su prolijidad y perfección, y ni una gota escurría por las junturas.
Cuando se empinaba en los 20 años, Vidal, su amigo de la infancia le escribe, el Padre Alonso leyó la carta, “Pedro, vente a esta tierra, se parece mucho a la nuestra, hay grandes viñas que dan mucho vino, buen pan, no hay bichos y las mujeres son muy guapas, tanto como las nuestras, aquí te pagarían muy bien, le hablé al patrón de la viña de ti y tus toneles. Ven a Chile, y te recibiré como a un hermano” Despedida, llanto, crucifijo, Cádiz, barco, mar, mareo, mareo, tierra firme, Valparaíso (¡qué lindo nombre, lo eligió un andaluz seguramente!) tren, Maule…Talca. Quince años después era un hombre adinerado y con fama, podía elegir a sus numerosos clientes, y siempre en alguna parte escondida del tonel, que sólo él conocía, grababa trabajosamente las únicas letras que aprendió a trazar, el nombre de su pueblo lejano que además, era su apellido…señor, señor, ¿qué nombre le pondrá al niño? Pues que Manuel Antonio, como mi pare, que Dios lo tenga en la gloria y será educao en el mejó colegio de toa Talca. Y cien años más tarde, la bisnieta con apellido de pueblo, que hace comentarios de libros por Internet y sabe de poesía, que la gente le consulta cómo se escribe tal o cual palabra, es la misma a la que le arden las venas cuando escucha castañuelas, la que en vez de sushi prefiere pan con aceite de oliva, mientras saborea el buen vino rojo, acunado en la tibieza de un tonel arcano.
Para el concurso usó el seudónimo "CANDELA DE JESÚS".